El constante contrapunteo entre Guillermo Valencia
y Luis Carlos López

Por Graciela Franco

Nuestro país, ese que por enaltecer la capital le puso el apelativo de la “Atenas suramericana”, no escapó a la seducción del parnasianismo y su influjo mayor recayó en la poesía modernista de Guillermo Valencia. El poeta payanés (1873-1943) es una figura paradigmática de finales del siglo XIX e inicios del XX. En su persona y en su obra cumple con las características del poeta modernista parnasiano: ilustre hombre público, representante a la Cámara y diplomático, cuyas gestiones no le impidieron dedicarse a la poesía. Se mueve con facilidad en la sociedad burguesa, a la que pertenece y enaltece con sus versos, en ocasiones dedicados a su ciudad y a la nación. Su poesía rinde un tributo pomposo al helenismo y rebosa adjetivos grandilocuentes. Siempre cercano al hipérbaton y casi siempre sus versos están cincelados en arte mayor, es decir, de nueve o más sílabas métricas.

Contemporáneo suyo, también aristócrata y con un par de encargos diplomáticos, pero con una mirada crítica de la realidad, Luis Carlos López (1879-1950), el Tuerto, representa una veta de la poesía modernista menos común. Se ubica en el lado más realista del Modernismo y es capaz de torcerle el cuello al cisne a través de la ironía y la sátira. Su poesía, que prefirió siempre el soneto, conlleva una crítica mordaz a la sociedad burguesa, envuelta por un profundo amor a su tierra que no supera el dolor por la rigidez de sus estructuras inmóviles. Su estilo original, la mirada crítica y el manejo hábil y contundente de la comicidad, hizo que el poeta cubano Nicolás Guillén calificara la suya como una “carcajada dolorosa”.

Si Valencia dedicaba un Canto a Popayán, pleno de referencias exóticas y grandilocuencia, López con el soneto A mi ciudad nativa, compara el amor por su ciudad con el cariño a unos zapatos viejos. Ambos poetas, en antípodas del espectro de la poesía modernista colombiana, evidenciaron sus contrastes, gracias a la irreverencia y la genialidad del Tuerto. Ese contrapunteo genial, siempre propiciado por López, se evidencia en los poemas “Vírgenes selectas” de Valencia y “Muchachas solteronas” de López; ambos dedicados a las mujeres solteras, que en nuestro contexto machista eran calificadas despectivamente de “solteronas” y que en ocasiones quedaban sometidas a la castidad. Mientras Valencia en su poema exalta su casta condición, López las compadece y convierte su actitud remilgada y beata en blanco de sus sátiras.

También en los poemas que ambos dedican a sus respectivas ciudades: en la oda A Popayán, Valencia escribe un poema en hexámetros y el epígrafe es una cita de Gabriele D´Annunzio: “¡Glorificate la cittá feconda!”. Las glorias de Popayán, en palabras de Valencia no podrán ser dilatadas ni por “mármoles épicos” o “muros invictos”. En contraste, A mi ciudad nativa, de López, el poema en el que compara el amor a Cartagena con el cariño a los zapatos viejos, el epígrafe en una cita de J. M. Heredia: “Ciudad triste, ayer reina de la mar”. El sarcástico tributo de López pasa por una contundente crítica a la violencia que conllevaron las viejas glorias, “los tiempos de la cruz y de la espada”, hasta la descripción de sus actuales habitantes burgueses como una “caterva de vencejos”. Valencia sigue la tendencia y maneja la técnica; López va a contracorriente y juega con el ingenio. La posteridad ya ha sentenciado cuál fue el mejor camino.

Para la muestra de lo anterior, se pueden comparar las primeras estrofas de los poemas que ambos poetas le dedicaron a la escultura de Moisés, de Miguel Ángel: En La estatua, Valencia hace gala de su estilo y magnificencia; en Conductor de almas, López pone el tono desde el epígrafe, que le atribuye, podemos suponer que, con bastante sorna, al poeta Valencia. El homenaje del Tuerto a la escultura renacentista no está exento de la crítica, la irreverencia y la comicidad que caracterizan al gran poeta del Caribe colombiano.

LA ESTATUA (Fragmento) – Valencia

… Y dijo el mármol: ¡vive! De las
entrañas duras surge el Profeta
irguiendo su centenario busto con
las pupilas hondas, inmóviles y oscuras
cavadas en el hielo de su semblante
augusto.

CONDUCTOR DE ALMAS (Fragmento) – López
¡Salve pujante macho!
Guillermo Valencia.

Tal parece de mármol en el
ambón: figura que pide a gritos
una montaña de escabel,
para mostrar las doce tablas de
la escritura…

Sus ojos, unos ojos hechos al
desnivel de las cosas abstractas
-síntoma de locura-
Miran sin ver paisajes nunca
vistos… en el
inalterable ritmo de la musculatura
como la tremolante bandera de Israel.