25 años de la primera publicación de Hellboy

Por David Hidalgo

En 1994 se publicaba por primera vez una miniserie en cómic —es decir, una historia con principio y fin, no ideada para una continuación y por lo general en un solo tomo— de Hellboy, una suerte de antihéroe con forma de demonio rojo vestido con gabardina armado con un revólver de gran calibre. Desde aquella primera aparición, con el título de Semilla de Destrucción, quedó claro que tanto Hellboy como su creador y dibujante Mike Mignola, estaban imbuidos por la influencia del oscurantismo de Poe y el horror cósmico de Lovecraft, así como de la etapa más clásica del maestro historietista Jack Kirby (1917-1994), padre del comicbook americano y uno de los más grandes dibujantes de superhéroes de la historia del cómic.

Pero antes de adentrarnos en las genialidades que rodean al demonio protagonista de estas viñetas y entender por qué es uno de los grandes cómics de las últimas décadas, demos un paseo por las tinieblas más absolutas para asomarnos al horror cósmico. También denominado cosmicismo, el horror cósmico se plantea desde prácticamente el inicio como una doctrina o conjunto de conceptos. Para empezar, es más fácil de comprender el horror cósmico si acudimos a la raíz sobre la que se asienta: el no sujeto. Entendido por oposición al humanismo —cuyo protagonista indiscutible es el ser humano—, el cosmicismo descentraliza al individuo y lo elimina de la ecuación que lo hacía protagonista de la historia. Ahora el sujeto es otro que no se muestra siempre, se sugiere en la mayoría de los casos, un ser cósmico, monstruoso, superior incluso al hombre, que siempre ha estado ahí al acecho, esperando su momento. La posibilidad de lo desconocido, de lo imposible, de lo ininteligible es ahora una certeza, y como tal, desestabiliza todo el universo cognitivo que el hombre se ha conformado de la realidad que le rodea. Es ese desmoronamiento de su mundo real, junto con la contemplación de estos seres de otra dimensión, que provoca el verdadero horror cósmico en una relación casi directa con el célebre concepto de lo sublime —Burke y Kant ya apuntaban que lo sublime es aquel sentimiento provocado por la inmensidad y lo inconmensurable que provocaba el horror absoluto—.

El horror cósmico que Lovecraft moldea, pero que ya estaba presente en la literatura mucho antes —mientras que los primeros relatos lovecraftianos están fechados a principios del siglo XX, obras como por ejemplo El libro de Urizen de William Blake, que evoca un horror cósmico desgarrador y desesperanzador, data de 1794. Ningún movimiento cultural en general y mucho menos uno literario en particular, emergen de la nada—, cobra mayor importancia por la continuidad entre obras y por cómo crea, junto con otros autores toda una cosmogonía jerarquizada de razas y seres cósmicos —el denominado posteriormente Círculo de Lovecraft, una serie de escritores con los que tenía contacto por carta y con los que iba intercambiando textos, entre ellos August Derleth, Robert Bloch o Robert E. Howard entre otros—. De esa forma se fueron conformando lo que editores posteriores recopilaron en los denominados Mitos de Cthulhu, narraciones independientes que dieron vida no sólo al legendario Cthulhu, sino también a las historias de los Antiguos, los shoggoths, Nyarlathotep, Shub Niggurath o la gente pez entre otras monstruosas e impronunciables deidades.

Así es como nuestro camino nos lleva a Hellboy, una narración increíble que absorbe toda esta tradición literaria y lo lleva un paso más allá, mezclándola con elementos históricos —Rasputín, los nazis— y parte del folclore occidental —las brujas, diferentes concepciones del infierno e incluso la Baba Yaga eslava—. La historia narrada en Semilla de destrucción es sencilla: Rasputín, el monje loco servidor de los últimos zares, no murió como cuentan los libros de Historia, sino que se trata de un poderoso hechicero que se alía con los nazis en la década de los años 40 para proporcionarles el arma definitiva que traerá el Tercer Reich. Esa arma es un demonio devastador, pero algo sale mal en la invocación y aparece el pequeño Hellboy, que apenas aparenta unos meses de edad. El gobierno estadounidense se hace con él y pronto es entrenado para ser uno de los miembros de la Agencia de Investigación y Defensa Paranormal, donde debe enfrentarse a monstruosos seres que amenazan desde las sombras a la Humanidad —uno de sus inseparables compañeros, Abe Sapien, es la clara interpretación de la gente pez lovecraftiana—. Semilla de Destrucción consta de cuatro partes y en su momento fue un auténtico éxito de crítica y ventas, haciéndose al año siguiente con dos premios Eisner —conocidos a veces como los Oscars del cómic— entre ellos el de Mejor Artista a Mignola.

En definitiva, pocas sagas de cómic han despertado tanto interés, llamando la atención incluso de grandes escritores como el mismísimo Robert Bloch, autor lovecraftiano, que antes de fallecer en 1994 escribió una introducción a modo de prólogo para la primera aparición pública de Hellboy. En este texto Bloch se deshace en halagos para su creador, porque ve este cómic una continuación del horror cósmico adaptado a los nuevos tiempos. No es el único que comprende la grandiosidad del personaje, Clive Barker, el genio del horror moderno, se sumó a finales de los noventa a ensalzar la obra y a sus creadores. Su éxito llamó la atención en la industria del cine, disfrutando de dos adaptaciones dirigidas por el mexicano Guillermo del Toro que supuso el aplauso del público y una más reciente, mucho más oscura y violenta, dirigida por Neil Marshall y que poco a poco se va ganando el aprecio de los espectadores.
Hellboy, un demonio rojo de cuernos limados que te atrapará con su poderosa mano del Destino y no te soltará hasta el final, sin duda.