Por Marjorie Eljach

Fenómenos paranormales y series de televisión, una fórmula que en la mayoría de los casos es exitosa por su atractivo para todos los públicos, no en vano actualmente la oferta es abundante y los fanáticos de las series no dan abasto para repartir su tiempo entre títulos como Dark, Preacher, Lucifer, Stranger Things, Outlander o The Strain entre muchas otras que actualmente llenan la parrilla de programación de canales que van desde la ABC hasta el Sundance, y de plataformas como Netflix, Amazon o HBO. En este orden de cosas, y de producciones en su mayoría norteamericanas la BBC no se hizo esperar, y en 2016 nos regaló una joya de seis capítulos: The Living and the dead.

Protagonizada por Colin Morgan y Charlotte Spencer, este drama sobrenatural nos introduce en un pequeño pueblo de la época Victoriana de la mano del doctor Nathan Appleby, prestigioso psicólogo afincado en Londres, y de su joven esposa Charlotte, fotógrafa y mujer de espíritu libre.  Ambos llegan a la casa natal del protagonista a visitar a una madre que yace en cama y quien en sus últimas horas nos anticipa que no estamos viendo una simple historia de terror decimónonico.

Sus creadores, Ashley Pharoah y Matthew Graham, que ya han firmado juntos los guiones de Life on Mars, Ashes to Ashes y Bonekickers, conocen bien el juego del suspenso y la tensión dramática impidiendo que el espectador se levante de su silla hasta conocer el desenlace de la historia.
Ya en la última secuencia del primer capítulo, en el transcurso del cual todo parece apuntar a la clásica estructura del relato gótico, se nos anuncia lo atípico del guión en una escena final que en quince segundos nos informa que lo que viene es intenso y diferente.
Y resulta particularmente curioso cómo los guionistas convierten al espectador en un personaje más de la narración. Cómplices de lo que está ocurriendo, se nos plantea la disyuntiva entre la ciencia ficción y el terror, y se nos hace dudar de si estamos asistiendo a eventos que ocurren en un espacio tiempo que se pliega, o si la estructura de la narración se ha construido a partir de flashbacks y flashforwards.

De la ciencia y de lo paranormal

Es esta delgada línea que separa el terror de la ciencia ficción en lo que bien podría considerarse un experimento narrativo, la culpable de que al espectador le surjan preguntas capítulo a capítulo después de ver la sugestiva cabecera y de escuchar A Lyke Wake Dirge interpretada por Andrew Bird y Matt Beringer. Somos testigos de un fenómeno paranormal tras otro y de cómo el buen doctor Appleby va cediendo terreno a lo mágico e irracional y abandona su postura de estudioso de las enfermedades mentales para dar paso a un ser de mente abierta que se deja arrastrar por los acontecimientos hasta la enajenación. Un personaje interpretado con juicio de principio a fin por el actor irlandés Colin Morgan (Humans), que en sus momentos más críticos refleja el clásico conflicto Victoriano entre interdicto y transgresión. Él, un hombre de ciencia, intenta asirse a la más pura racionalidad aprendida en las aulas universitarias, mientras su vida transcurre en un entorno plagado de supersticiones y de miedos a lo que no se ve pero que se sabe que está presente.

Su mujer, Charlotte Appleby, y quien por su condición de artista podría ser el personaje apropiado para mostrar de inmediato predilección por una explicación a los acontecimientos basada en el pensamiento mágico, curiosamente es quien más tarda en asimilarlos desde esta perspectiva. Y en este sentido los guionistas juegan una vez más el juego de lo inesperado, presentándonos a una mujer victoriana que poco tiene que ver con la descrita por Elizabeth Beeton en su manual Mrs Beeton’s Book Household Managment.

Entre Ouijas y ferrocarriles

El personaje de Charlotte Appleby más que artista y esposa, se erige en la serie como el elemento que representa los cambios que la revolución industrial trajo a Inglaterra, y es el vínculo que mantiene la historia anclada en una realidad de máquinas de vapor, ferrocarriles y progreso acelerado. Ella y su marido van en direcciones opuestas, y mientras que ella se centra en lo real, él se adentra cada vez más en el mundo de los espectros, siendo también él un personaje típico de una época en la que el espiritismo y el interés por lo sobrenatural estaban a la orden del día entre los miembros de la aristocracia.

Los diálogos entre los personajes secundarios en su mayoría campesinos reflejan también la situación de la época y el conflicto que para muchos representa la entrada de un progreso que poco a poco irá reemplazando la mano de obra.  La mezcla entre lo histórico y lo espectral en cada capítulo, la cuidadosa selección de las canciones que integran la banda sonora, algunas de ellas pertenecientes al folklore de la región como es el caso She moved to the Fair, interpretada en esta ocasión por Elizabeth Fraser, y los flashforwards a un personaje contemporáneo con esporádicas apariciones, se mezclan con la necesidad de los muertos de ser escuchados y de resolver sus asuntos pendientes para poder avanzar. Todo ello sin olvidar la tragedia personal del doctor Appleby que en cierto momento parece ser el hilo conductor de la narración, un hilo que en ocasiones se desvía para despistarnos y llevarnos a especular sobre posibilidades no contempladas.

La constante tensión dramática, la puesta en escena plagada de pistas y de símbolos, y las palabras de ciertos personajes que nos hacen recapitular una vez finalizados los seis capítulos, son los elementos de un guión que exige al televidente ir más allá de lo que ha visto y especular sobre las posibilidades que abre cada una de las secuencias relevantes de la serie.  La elegancia en la forma de narrar, sin sobresaltos ni falsos suspensos de los que tanto se abusa en el género, y la mezcla de realidades: la histórica, la espectral y la construida por cada uno de los personajes según su punto de vista, convierten a The Living and the Dead en una serie de televisión indispensable y sin duda en una de las mejores del género.

Publicado en Mistérica Ars Secreta n.º 8 El conocimiento hermético (2016)